En conversación con Armando Espitia: su manera de entender el mundo... y a sí mismo
Cuando era muy chiquitito veía la televisión y quería estar ahí. Esa era mi lógica: quería estar con ellos —los actores, la gente de la tele— y divertirme. Conforme fui creciendo, entendí que se trataba más sobre actuar y crear personajes. Pero desde muy pequeño, era lo que siempre quise. Recuerdo que con siete años, obligué a mi mamá a llevarme a una audición de la televisión. Nos fuimos en el autobús lejísimos, cruzamos la ciudad, nos formamos horas y, cuando por fin llegamos a hacer el casting, le dijeron a mi mamá que sólo podían pasar aquellos niños cuyas familias estaban dispuestas a cumplir una regla: si el niño pasaba la prueba, la familia entera tenía que irse a vivir a Argentina. Y mi mamá me dijo: no tiene sentido, no hay manera. Y nos fuimos. Pero a aquella edad, ya estaba obsesionado con hacer eso. Y me ha salvado de un montón de cosas. A veces, me gusta pensar que soy un aventurero y me he metido en muchos problemas, y lo que me ha salvado ha sido esa necesidad de seguir actuando.
Mi manera de entender y aportar algo al mundo es la actuación. Comunicarme con palabras me cuesta trabajo y como me siento más seguro es con la interpretación. Esto no sólo se vuelve mi trabajo, sino que —sé que es muy cursi decirlo, pero así es— se vuelve un poco como respirar: lo necesitas para vivir. Es la razón principal para seguir vivo. En mi caso, por ejemplo, todo lo que le pido a un personaje es que sea un ser humano complejo, con muchos niveles, que me rete y me haga enfrentarme a mis miedos. Todo lo que me da miedo, lo voy a hacer; el miedo es el motor de lo que yo hago: a través de los personajes trato de entender qué hago en el mundo y trato de vencer esos miedos. La interpretación es una buena armadura.
Algún día voy a enfocar la energía que hoy dedico a la interpretación en escribir y, quizá, dirigir, pero sé que no será mi carrera, sino un regalo para mí. Tengo muchos temas, pero debo encontrar algo único, nutritivo y que aporte al mundo. No quiero contar lo que ya se contó. Por ejemplo, no me gustaría contar la historia de un mexicano homosexual, sin privilegios, triunfando. Eso ya se ha contado. ¿Qué hay de particular que solo yo puedo decir? Aún no lo sé, para descubrirlo me falta aún algo de tiempo. Pero tengo muy claro que sería algo mío —no autobiográfico, sino ficcionado—, algo totalmente mío.