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El escultor

El 10 de mayo, el Museo de Diseño de Londres celebra al diseñador que rompió las reglas de la moda y empedró a las mujeres con sus creaciones, en la exhibición "Azzedine Alaïa: The Couturier".
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No, no entiendes. ¡Esto es un Alaïa!... Es un diseñador muy importante". Es la respuesta de Cher Horowitz, el personaje de Alicia Silverstone en la película Clueless (Ni idea, 1995) cuando el ladrón que le acaba de quitar el celular y la bolsa le pide que se acueste boca abajo en una "sucia" calle de Los Ángeles y arruina su vestido. Lo anterior no se trata únicamente de una escena que cualquier fanático del cine comercial de los 90 o algún apasionado de la moda conoce a la perfección. Es una manifestación dentro de la cultura pop del alcance del diseñador que reinó en los años 80. Aquel que celebró la belleza femenina en todo momento, se rebeló ante las reglas de la industria y cuya muerte, el 18 de noviembre de 2017, conmocionó al mundo. Tenía 77 años y murió de una falla en el corazón después de una caída. Ese día, las referencias a la película inundaron las redes sociales. El capricho de una adolescente de no arruinar un Alaïa se convirtió en una especie de homenaje. La moda había perdido a otro gran maestro.

"Todos en esta habitación sabemos que Azzedine era capaz de transformar el cuerpo de una mujer en algo especial. Él capturó la esencia de la feminidad", declaró Naomi Campbell semanas después en los premios de moda que organiza el British Fashion Council. La supermodelo se refería a él como "papá" por ser la figura paterna que nunca tuvo. A los 16 años se mudó con él para iniciar su carrera como modelo. Azzedine no hablaba inglés y ella no hablaba francés, pero eso no impidió que se volvieran inseparables. Al igual que Campbell, Grace Jones, Stephanie Seymour y Linda Evangelista fueron algunas de las musas y amigas que acompañaron al diseñador tunecino a lo largo de su carrera. Fueron testigos del crecimiento de un genio cuya historia comenzó a los 15 años, cuando tuvo en sus manos un libro de Picasso y decidió mentir sobre su edad para estudiar escultura en el Instituto de Bellas Artes de Túnez en contra de los deseos de su padre. A la par de sus estudios, comenzó a trabajar en un taller de costura con su hermana gemela Hafida. Pronto tuvo claro que eso era lo que quería hacer el resto de su vida. Aunque dejó el arte, es fácil ver la escultura como el elemento principal de sus prendas. No realizaba bocetos y siempre ajustaba los cortes y formas sobre la modelo, habilidad que quizá solo Coco Chanel o Yves Saint Laurent compartieron. Este último fue quien le dio su primer trabajo en la casa Dior cuando se mudó a París en 1957. Su estancia en la maison duró solamente cinco días debido a que sus papeles de migración no estaban en orden. Alaïa nunca perdonó a Yves por esto, pero fue cuestión de tiempo para que otra casa de moda lo adoptara. Se forjó como diseñador en Guy Laroche y de ahí pasó a Thierry Mugler.

Finalmente, a mediados de los años 70, se aventuró a abrir su propio taller de Alta Costura. Sus primeras clientas fueron la condesa Nicole de Blégiers (para quien trabajó como amo de llaves), la novelista Louise de Vilmorin, la actriz y cantante Arletty y la excepcional Greta Garbo. La actriz le pidió abrigos que le cubrieran el cuello, y pantalones que fueran a juego. La belleza particular de Garbo permaneció como constante inspiración a lo largo de la carrera de Alaïa. Después de esto llegó la década de los 80 y con ella el despunte de su marca. Por primera vez presentó una colección prêt-à-porter en París y encantó a los compradores de la tienda departamental Bergdorf Goodman. Sus diseños, generalmente hechos de piel, mostraban una nueva silueta con aperturas, escotes y estructuras ceñidas al cuerpo exhibiéndolo sin dejar a un lado la sofisticación. "Me gusta la mujer", dijo en entrevista, "siempre pienso en hacer ropa que exalte su belleza". La prensa lo nombró "el rey de lo ceñido" y, como Gianni Versace, contribuyó a crear el fenómeno de las supermodelos que nunca se perdían la oportunidad de caminar en sus desfiles.

"Todos en esta habitación sabemos que Azzedine era capaz de transformar el cuerpo de una mujer en algo especial. Él capturó la esencia de la feminidad".

Para inicios de los años 90, la influencia de Azzedine Alaïa había llegado a América con la apertura de tiendas en Nueva York y Los Ángeles. Madonna eligió sus piezas para el video de la canción Bad Girl y fue en este momento cuando se estrenó Clueless. El mundo reconocía a ese diminuto diseñador (media un metro sesenta) que siempre vestía un atuendo negro con reminiscencias asiáticas como si se tratara de un monje. Por supuesto, el éxito implicaba grandes jornadas de trabajo y, como buen perfeccionista, no paraba hasta que las prendas estuvieran terminadas como las había imaginado. Trabajaba hasta las cinco de la mañana y dormía poco. Un vaso de vodka, la presencia de sus mascotas y una película antigua como ruido de fondo eran parte de su ritual creativo.

No fue sino hasta la muerte de su hermana en 1992 que decidió rebelarse y abandonar el calendario de Fashion Week para hacer presentaciones pequeñas ante la prensa y compradores. "Sentí que perdía la conexión con la realidad y la gente que me importaba. Necesitaba volver a encontrar el equilibrio. El ritmo de las colecciones no era sostenible", recordó en entrevista en 2013. Esta decisión le costó el olvido de la industria. La edición estadounidense de la revista Vogue dejó de fotografiar sus prendas, castigo que duró 15 años. Sin el apoyo de editores ni campañas publicitarias que lo respaldaran, tuvo que buscar la forma de mantenerse económicamente.

Un convenio con el Grupo Prada le permitió lanzar una línea de accesorios a través de un contrato de licencias. Siete años después, pudo adquirir su marca de regreso para venderla a otro grande del lujo detrás de Cartier y Chopard, el Grupo Richemont. El lanzamiento de un perfume fue parte de la estrategia financiera. Con esto, Azzedine pudo regresar a hacer lo que más le gustaba. Hasta su muerte, nunca dejó de supervisar cada detalle de sus diseños. Es sabido que podía hacer esperar a los invitados a sus desfiles más de una hora hasta que la ropa se viera perfecta en las modelos. "Trabajo más que otros diseñadores. No hago ocho colecciones, pero estoy inmerso en el proceso desde el inicio hasta el final", declaró al periódico WWD. La atemporalidad y elegancia absoluta de sus piezas poco a poco llamaron la atención de una nueva lista de clientes. El negocio resurgió y, en julio del año pasado, regresó al calendario de la Alta Costura. Naomi Campbell fue la encargada de abrir el desfile. Monsieur Alaïa volvía a tener atención mediática.

Fue en ese momento que el Museo de Diseño de Londres decidió celebrar su carrera con una retrospectiva. Azzedine estuvo fascinado con la idea y trabajó de manera conjunta con el curador Mark Wilson para seleccionar 60 piezas de archivo. Si bien no verá el resultado final, es seguro que los visitantes entenderán la genialidad del personaje que, por ir a su propio ritmo y apegarse a su ideología creativa, se ganó el respeto de muchos en la industria. Ahora sus prendas cuelgan en una sala transformándose en algo parecido a su pasión inicial: esculturas que relatan la historia de un hombre cuya única dedicación en la vida fue enaltecer la belleza de la mujer.

Azzedine Alaïa: The Couturier, del 10 de mayo al  de octubre.
designmuseum.org

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