Inquieto y talentoso, el artesano nos cuenta, en sus propios términos, cómo ha sido su vida y de qué manera el telar de cintura lo salvó. 

En el centro del Estado de Michoac&aacute;n, donde se concentra la mayor producci&oacute;n de aguacate en el mundo, se encuentra el municipio de Ario de Rosales. Ah&iacute;, naci&oacute; Jaime Ferreira. &laquo;Suelo escuchar a personas que rememoran con cari&ntilde;o su pueblo, y romantizan mucho ciertos aspectos de la ruralidad&hellip;&raquo;, recuerda Jaime. &laquo;Cuando era peque&ntilde;o mi casa estaba a la orilla del pueblo, cerca de una peque&ntilde;a barranca. A&uacute;n no se hab&iacute;a hecho el boulevard, as&iacute; que la calle era de terracer&iacute;a&raquo;. Como el mismo admite: &laquo;Sinceramente no tengo recuerdos lindos de mi infancia, tuve una ni&ntilde;ez muy dura. Antes no me gustaba hablar tanto de ese tema, hoy d&iacute;a la verdad estoy un poco m&aacute;s en paz con esa etapa de mi vida. Pero me daba miedo que las personas creyeran que hoy en d&iacute;a soy joto por haber tenido una infancia violenta&raquo;.

De ni&ntilde;o, Ferreira trabaj&oacute; como aprendiz en el taller mec&aacute;nico de su pap&aacute;&nbsp;y entre fierros, carros y refacciones, la l&iacute;nea que separaba su casa y aquel taller se fue borrando. Al cumplir los 12 a&ntilde;os, el mexicano&nbsp;fantaseaba con la idea de que se casar&iacute;a con alguien que lo llevar&iacute;a a vivir lejos. &laquo;Creo que desarrolle esa idea debido a que a mis hermanas se las robaron muy chicas&raquo;, recuerda, &laquo;la mayor se fue de la casa a los 15 a&ntilde;os con su novio, y la que le sigue a los 17. Yo por ser var&oacute;n me fui con mis pies a los 17, nadie me rob&oacute;&raquo;.

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Sin embargo, la vida ten&iacute;a preparado para &eacute;l un encuentro muy especial que cambiar&iacute;a su destino. &laquo;En el tianguis de mi pueblo vi a una se&ntilde;ora tejer, en ese momento yo no ten&iacute;a idea de qu&eacute;&nbsp;estaba haciendo, hab&iacute;a un peque&ntilde;o c&iacute;rculo alrededor de ella mientras ella explicaba un poco a los curiosos&raquo;. El paso del tiempo le dio a entender al artista que aquella se&ntilde;ora era de Cuanajo, donde tejen fajas y morrales. &laquo;Incluso recuerdo que era de los colores naturales de la lana: caf&eacute; y blanco&raquo;, dice.

Cuando cumpli&oacute; 17 a&ntilde;os, se mud&oacute; a Morelia para estudiar la carrera y descubri&oacute; la casa de las artesan&iacute;as. &laquo;Ah&iacute; conoc&iacute; a Esperanza Valencia, ella es una tejedora originaria de Aranza, una comunidad cercana a Paracho, pero ten&iacute;a m&aacute;s de 30 a&ntilde;os viviendo en Morelia&raquo;, cuenta.&nbsp;&laquo;Cuando la vi tejer fue extremadamente fascinante para m&iacute; y no tard&eacute;&nbsp;mucho en pedirle que me ense&ntilde;ara. Realmente le tengo una enorme gratitud&raquo;. Lo primero que aprendi&oacute; a tejer fue gasa&nbsp;(una t&eacute;cnica muy propia de Aranza)&nbsp;pero con la pr&aacute;ctica Ferreira&nbsp;comenz&oacute; a experimentar con otros tipos de rebozos de regiones como Ahuir&aacute;n y Tur&iacute;cuaro. &laquo;En el 2014, hice una estancia en La Casita de Piedra, un espacio que funciona como centro cultural pero sobre todo escuela de oficios, y ah&iacute; aprend&iacute; a tejer rebozos de jaspe&raquo;, explica. Pertenecientes a la tradici&oacute;n textil mestiza, los rebozos de jaspe le permitieron al artista&nbsp;desarrollar la t&eacute;cnica sin sentir que estaba&nbsp;cometiendo una apropiaci&oacute;n cultural.&nbsp;

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En promedio, una pieza est&aacute;ndar rayada le lleva aproximadamente 64 horas de trabajo, divididas en jornadas de 4, 6 u 8 horas al d&iacute;a. &laquo;Para una pieza especial el n&uacute;mero de horas puede ir desde las 81 hasta las 164, esto debido a que un rebozo tiene aproximadamente 3600 hilos, mientras que una pieza fina 4800 y los procesos para cada tipo de pieza var&iacute;an&raquo;, cuenta.

Ferreira, quien pertenece a la comunidad queer, se ha encontrado con varios obst&aacute;culos por parte de la sociedad para desenvolverse plenamente. &laquo;El oficio en el que yo me desarrollo, y del cual vivo, est&aacute; rodeado de un mont&oacute;n de im&aacute;genes construidas desde los esencialismos, el folklorismo y la exotizaci&oacute;n&raquo;, afirma, &laquo;tendemos a subestimar los oficios tradicionales y no los respetamos. Creemos que por llevar la palabra tradicional o artesanal est&aacute; exento de procesos t&eacute;cnicos especializados que requieren tiempo y esfuerzo para ser aprendidos y dominados&raquo;. En el ambiente en el que &eacute;l participa, hay varios miembros de comunidades pur&eacute;pechas y, tambi&eacute;n, queer. &laquo;Todos respetamos nuestros trabajos como lo que son, nuestros medios de subsistencia, y rara vez los asociamos con ret&oacute;ricas ancestralistas, como s&iacute;&nbsp;lo hacen las personas de la ciudad&raquo;.&nbsp;

Para Ferreira, el futuro&nbsp;queer en su &aacute;mbito laboral habla de personas, no de g&eacute;nero: &laquo;Lo que m&aacute;s deseo es que los oficios se dejen de asociar a un g&eacute;nero espec&iacute;fico, deseo que las personas puedan hacer lo que quieran sin que esto sea un factor para que otros puedan intuir o asumir tu sexualidad o el g&eacute;nero con el que se identifican&raquo;, explica. Para &eacute;l, el reconciliarse consigo mismo, y sobre todo con su ni&ntilde;o interior, es la verdadera belleza. &laquo;Suelo tener severos episodios de dismorfia corporal y me genera mucho estr&eacute;s que mi corporalidad no cumpla con los est&aacute;ndares impuestos por la cis-homonormatividad&raquo;, comenta. &laquo;Sin embargo, me siento infinitamente bello cuando mi apariencia se acerca un poco a c&oacute;mo siempre quise verme cuando era ni&ntilde;o, pero que nunca se me permiti&oacute; serlo&raquo;. Porque hoy m&aacute;s que nunca, Jaime Ferreira teje sus propias historias sin complacer a nadie m&aacute;s.&nbsp;

Jaime Ferreira, el artista textil que desafía la heteronormatividad en la artesanía

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